Yo vengo
un día y otro en tu busca y no veo el corcel que te trae a estos
lugares ni a los servidores que conducen tu litera. Rompe de una vez el
misterioso velo en que te envuelves como en una noche profunda. Yo te amo, y,
noble o villana, seré tuyo siempre...
El
sol había traspuesto la cumbre del monte; las sombras bajaban a
grandes pasaos por su falda; la brisa gemía entre
los álamos de la fuente, y la niebla, elevándose poco a
poco de la superficie del lago, comenzaba a envolver las rocas de su margen.
Sobre una de estas rocas, sobre una que parecía próxima a
desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba,
temblando, el primogénito de Almenar, de rodillas a los pies de su
misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia.
Ella
era hermosa, hermosa y pálida como una estatua de alabastro. Y uno de sus rizos
caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo como un rayo
de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias brillaban
sus pupilas como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro.
Cuando
el joven acabó de hablarle, sus labios se removieron como para pronunciar
algunas palabras; pero exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente, como
el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre los juncos.
El joven
vaciló un instante; un sudor frío corrió por sus miembros; sus pupilas se
dilataron al fijarse con mas intensidad en las de aquella mujer, y fascinado
por su brillo fosfórico, demente casi, exclamó en un arrebato de amor:
-Si lo
fueses..., te amaría...te amaría como te amo ahora, como es mi destino amarte,
hasta más allá de esta vida, si hay algo más de ella.
-Fernando
-dijo la hermosa entonces con una voz semejante a una música-, yo te amo más
aún que tú me amas; yo, que desciendo hasta un mortal siendo un espíritu puro.
No soy una mujer como las que existen en la Tierra; soy una mujer digna de ti,
que eres superior a los demás hombres. Yo vivo en el fondo de estas aguas,
incorpórea como ellas, fugaz y transparente: hablo con sus rumores y ondulo con
sus pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; antes lo
premio con mi amor, como a un mortal superior a las supersticiones del vulgo,
como a un amante capaz de comprender mi caso extraño y misterioso.
Mientras
ella hablaba así, el joven absorto en la contemplación de su fantástica
hermosura, atraído como por una fuerza desconocida, se aproximaba más y más al
borde de la roca.
La mujer
de los ojos verdes prosiguió así:
-¿Ves,
ves el límpido fondo de este lago? ¿Ves esas plantas de largas y verdes hojas
que se agitan en su fondo?... Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y
corales..., y yo..., yo te daré una felicidad sin nombre, esa felicidad que has
soñado en tus horas de delirio y que no puede ofrecerte nadie... Ven; la niebla
del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de lino...; las ondas
nos llaman con sus voces incomprensibles; el viento empieza entre los álamos
sus himnos de amor; ven..., ven.
La noche
comenzaba a extender sus sombras; la luna rielaba en la superficie del lago; la
niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la
oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas
infectas... Ven, ven... Estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando como
un conjuro. Ven... y la mujer misteriosa lo llamaba al borde del abismo donde
estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso..., un beso...
Fernando
dio un paso hacía ella..., otro..., y sintió unos brazos delgados y flexibles
que se liaban a su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un
beso de nieve..., y vaciló..., y perdió pie, y cayó al agua con un rumor sordo
y lúgubre.
Las aguas
saltaron en chispas de luz y se cerraron sobre su cuerpo, y sus círculos de
plata fueron ensanchándose, ensanchándose hasta expirar en las orillas.
Otra de Becquer :)
Hope you have great time!
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